¡Hola! Soy Domingo Uribe, luthier especializado y dedicado al desarrollo continuo de quenas profesionales. Fabrico y vendo directamente mis propios instrumentos musicales. Mira las demostraciones y charlas técnicas en mi canal de YouTube y sígueme en Facebook e Instagram.
Mis primeros recuerdos relacionados con la música, y con el disfrute por la música, datan de mi infancia pre escolar en la comuna de Quilicura, Santiago de Chile. Contando nada más que con 5 años de edad, cuando me acomodaba sentado en el marco de una ventana de la casa de mis padres a escuchar la programación de la radio que ellos sintonizaban. Recuerdo perfectamente la hermosa voz de Jairo cantar "Para verte feliz", que para ese año estaba recién estrenada con su disco homónimo. Recuerdo sentir una rica e intensa emoción cuando el locutor anunciaba la canción e iba a comenzar la introducción rítmica, para luego pasar al arpegio del piano eléctrico, y !Zas¡ Su voz: "Que yo te amo...". Yo no entendía la trama de la canción, pero sí sentía en mi interior la música, los acordes menores y mayores, el efecto del paso al estribillo y su voz cantando "Esas flores que hay en el salón...". Yo, por supuesto, me imaginaba lo poco que podía entender de manera muy literal: un jarrón con flores en una mesa y a los personajes en negro, como sombras moviéndose por "el salón".
Cronológicamente, lo siguiente que recuerdo es verme integrando un conjunto musical en la escuela Nº 406 de Cerro Navia, que posteriormente llegó a llamarse Escuela Básica Violeta Parra. Acá seguramente ya tenía unos 8 años de edad. Allí el profesor José Luis Peña se encargaba de enseñar a los niños a tocar guitarra, charango, teclado, zampoñas que hacía él mismo con PVC, y flauta dulce. Seguramente en algún momento se me presentó la opción de elegir instrumento, y elegí de inmediato la zampoña y la flauta dulce. Recuerdo que el profesor ponía hilos de diferentes colores a los tubos para reconocer y diferenciar visualmente cada nota, y que estaban armadas como antaras cromáticas. Así fue que comencé con la lógica de reproducir melodías que me aprendía de memoria, con la flauta dulce soprano o zampoñas. Con "lógica" me refiero a que era muy fácil para mí sacar melodías sin que me las enseñaran porque entendía que si la melodía subía, debía quitar más dedos de uno en uno hacía arriba, e ir probando el tono, y si era más baja, pues, poner más dedos hacia abajo.
Como muchos niños de aquella generación en esa escuela, hasta dormía con la flauta dulce, y me iba tocándola desde mi casa a la escuela y también de regreso por el camino de Avenida La Estrella en mi Cerro Navia querido. En ese trayecto era muy común ver niños haciendo eso, todos con sus flautitas por la calle tocando, y algunos hasta usándolas mientras jugaban con otros niños.
Gracias a ese profesor en Cerro Navia surgieron muchos músicos que seguimos dedicándonos al arte y otros que se dedicaron a otras cosas pero que mantuvieron su habilidad y musicalidad hasta ahora. Conozco a algunos.
Mi encuentro con la quena
Un día de vacaciones de verano estaba yo en el patio de mi casa, con mi flautita, cuando por fuera pasó un chico, uno o dos años mayor que yo, con guitarra a la espalda, un pequeño charango de plástico, una zampoña y una quena. Iba tarareando y al verlo me acerqué a la reja para hablarle: "¡Oye! ¿Qué es ese instrumento que llevas ahí?". "Es una quena", me dijo, ofreciéndomela para probarla. Luego de las breves instrucciones que me dio, la tomé, cubrí los orificios (Por suerte nunca tuve problemas con eso dado mis manos grandes), y soplé...
... y soplé. En ese momento, el tremendo contraste de volúmen que había entre mi flautita y esa quena me golpeó muy fuerte en la frente. Sentí literalmente un golpe, las ondas de sonido en mi frente, y quedé impresionado y paralizado por unos segundos. Recuerdo el color de la quena, que era de bambú, y estaba barnizada, y también recuerdo su aroma a caña quemada, porque estaba tostada con calor. Era una quena boliviana que en aquellos tiempos se conseguían en la feria artesanal Santa Lucía, Frente al Cerro del mismo nombre en el centro de Santiago, en el local del querido músico y luthier José Luís Matus.
A partir de allí no me separé más de la quena. Nos hicimos amigos, y en poco tiempo ya estaba aprendiendo más de la zampoña y la quena con él, con su hermano y otros amigos que se reunían a tocar canciones de Inti Illimani y de Los Kjarkas.
En una ocasión con este grupo de amigos y músicos hicimos una reunión para elegir a quién sería el vocalista. La prueba era cantar la canción "Tiempo al tiempo" de Los Kjarkas. Cada uno debía cantar un trozo de la canción desde el inicio. Todos cantaron y cuando llegó mi turno, me salieron gallos y desafiné mucho por los nervios, y no alcancé siquiera a completar una frase. Así es que se me descartó. Yo me reí, como todos, pero me quedé pensando en la situación. Eso me ayudó a interesarme en el canto, y finalmente lo logré.
Yo pasaba solo en casa prácticamente todo el día, así es que tenía mucho tiempo para pensar y meditar en todo lo que iba aprendiendo relacionado con la música. Y si no estaba en eso, me la pasaba dando de baja resmas de papel dibujando. Pero siempre pensando en la música en segundo plano.
Viento sobre lluvia
Después de eso, recuerdo haber participado con un grupo de músicos mucho mayores que yo, también de Cerro Navia. Se llamaba "Viento sobre lluvia". Yo debo haber tenido unos 13 años. Me asignaron la segunda quena. Los hermanos Rodriguez cantaban hermoso, y uno de ellos que dirigía era muy estricto con la afinación de las voces, la rítmica y la ejecución de los instrumentos. En los ensayos con ellos, como yo era aún un niño, me preocupaba mucho cuando paraban una canción para señalar errores de afinación e incluso la articulación de las palabras cantadas. Me quedaba pensando en cómo era que notaban eso, si había tantos instrumentos y voces sonando al mismo tiempo. Eso me gustaba y lo asimilé para mí.
En mi primera actuación oficial con el grupo Viento Sobre Lluvia, en una multicancha fue, en la comuna de Lo Prado, recuerdo que alcanzaba a escuchar desde el escenario comentarios de otros músicos que estaban en el público, y que después conocí, sobre mi interpretación en las zampoñas y eran positivos. Eso me sirvió de mucho, hasta el día de hoy. Creo que estimular y encomiar a los músicos jóvenes, con sinceridad, es muy importante.
En el grupo Chañar
Después, creo que por mis 16 o 17 años, es que me tocó integrar el grupo Chañar. Se trataba de un conjunto musical de Cerro Navia sobresaliente por la juventud de sus integrantes y por el virtuosismo de cada uno de ellos. Luego de que el vientista principal debiera partir al servicio militar, se me convocó sin mayores pruebas, porque ellos ya sabían cómo estaba mi nivel y estilo para esos tiempos, y más bien solo se me dio más instrucciones para poder mantenerme dentro del estilo que ellos tenían, y se me hizo muy fácil, porque Rodrigo, el chico que se había ido al servicio militar y que tocaba con ellos, era mi amigo, y con él tocábamos todas las santas tardes afuera de su casa, o de la mía, luego de llegar de la escuela, en donde también éramos compañeros de clase.
Con él competíamos casi a modo "saiyayin" por elevar el nivel, porque ambos éramos muy exigentes, pero era una competencia muy sana y positiva. Cada cosa que podía aprender él cuando no estaba yo presente, me la enseñaba, y viceversa.
Así es que comencé a tocar con Chañar, y pronto me vi grabando un disco con ellos (Lamentablemente nunca se editó). Recuerdo ensayos muy exhaustivos y que se celebraban prácticamente todos los días de la semana, por al menos 3 horas. Allí volví a encontrarme con la dirección estricta en la ejecución de los instrumentos. Acá era mucho más pesado y estricto que en el anterior grupo. Las quenas debían sonar perfectas, y cuando se tocaban dos quenas en armonías, en lo posible hasta los trinos debían ocurrir al mismo tiempo. Algo que me costó un poco fue igualar el vibrato que tenía Pedro Huentecura, el vocalista que tocaba también algunas primeras quenas en aquel tiempo allí. Creo que nunca lo logré al 100% mientras estuve con ellos, sino años después cuando comencé mi carrera como luthier, y en donde tuve que llegar a dominar muchas técnicas de soplido diferentes.
Y de la luthería ¿Qué?
Mi paso por el grupo Chañar fue una escuela impagable, porque aprendí muchísimo. Hasta pude asimilar tanto la música que llegué a aportar al grupo con canciones que compuse en letra y música. Pero lo más memorable para mí fue mi experiencia de ver al maestro Juan Huentecura Toro los días domingo trabajando en el patio de la casa en donde ensayábamos. Él era el padre del luthier Juan Huentecura S, destacado fabricando de charangos actualmente. Allí él tenia un banco de carpintero, en donde fabricaba charangos y quenas. Me encantaba ver la delicadeza que él tenia para ejecutar todos los procesos. Cómo usaba cuchillos que él mismo hacía para hacer los orificios en las quenas, fueran de madera o de bambú. Yo me sorprendía de cómo era que los dejaba tan perfectamente redondos, no ovalados, sin brocas ni taladro eléctrico. Y los bordes de esos orificios sin rebabas ni astillas.
Yo me la pasaba pensando en cómo trabajaba él. Me acostaba y me levantaba pensando y reflexionando en ello. Recordaba el olor de las maderas y de los barnices. Repasaba en mi mente cómo es que él hacía para barnizar sus charangos y sus quenas, que en ese caso sí requerían de barnizado puesto que eran de enchapados de madera. Una vez me impresionó tanto verlo aplicar ácido muriático a una superficie de un brazo de un charango que iba a pegarse con otra pieza por la respuesta que me dio cuándo le pregunté la razón.
Sin duda Juan Huentecura Toro fue mi inspiración y parámetro de hacer las cosas bien. Un día de esos en que me despertaba pensando en cómo hacer las cosas, me dije: "No compraré más quenas en la feria artesanal y me las fabricaré yo mismo. Ya sé cómo se hacen". Así fue que comencé a estudiar las quenas que tocábamos en Chañar cuando las llevaba a casa para practicar. Me la pasaba horas tocando y ensayando el repertorio del grupo, y otras otras observándolas, hasta que un día decidí cambiarle el color a una de ellas. La lijé, la humedecí con bencina blanca, le quité toda la tinta y barnices que tenía, y luego le puse nuevas capas de tinta y barniz, y la dejé exactamente igual a cómo era original de la mano del maestro. Nadie se dio cuenta, ni siquiera él. Y eso para mi fue como pasar un examen. El examen de barnizado y entintado.
Luego, con mi padre hicimos tubos de madera de raulí, eucalipto, perforados a mano con una broca que mi mismo padre hizo de acero de pilares de construcción. La usábamos en el taladro de mano, a puro pulso. Logramos perforar perfectamente esos dos tipos de maderas, y luego cilindraba la madera por fuera con cepillo eléctrico. Así hice varias quenas de maderas en esos tiempos, por mis 18 años de edad creo. De hecho, una de esas quenas en este momento debe andar por Suiza, porque se la regalé a mi amigo de la escuela Danilo Gatica, que se fue a vivir allá.
También hice quenas de bambú, con cañas de Copiapó que conseguíamos en esos tiempos. También existe una de aquellas que tiene mi amigo Arnaldo Miranda, de Cerro Navia hasta el día de hoy.
Luego de eso, pasé del Grupo Chañar a otro proyecto musical en donde además de ser vientista pude asumir también como vocalista ¡Ahora sí podía cantar "Tiempo al tiempo"!. Pero acá no cantábamos música boliviana, sino exclusivamente música de nosotros mismos. Ya en Cómplices, con Mario Baeza, Víctor Contreras, William Areavena, Ivano Valenzuela, Ítalo Cartes, y Héctor Garcés continúo mi crecimiento musical, aprendizaje, y experiencia en estudios de grabación y en escenarios. Y también pude aprender mucho de Víctor Contreras. Víctor tenía otra visión sobre la quena, su interpretación y fabricación, muy diferente a lo que yo había aprendido y hacía antes, de modo que me sirvió mucho trabajar, tocar y compartir con él para ampliar mi experiencia y visión sobre el instrumento.
Comienzo a fabricar quenas para otros
Mucho después de eso, cerca de 2013, es que decidí poner a disposición de otros músicos mis quenas mediante fabricar y vender. Hasta entonces solo fabricaba para mí y para mis amigos o compañeros.
Cuando tomé la decisión de hacer quenas para vender yo estaba regresando a la música luego de haber estado unos 6 años retirado por asuntos personales. Rápidamente pude retomar mi práctica tocando, cantando y mi interés por la fabricación de la quena. Comencé a ver en redes sociales el trabajo de artesanos de fuera de Chile y me parecía muy superior a lo que acá había por esos tiempos. Y pues no era solo un parecer, era un hecho. Había mucho más calidad en Perú y en Bolivia que en Chile en cuando a la fabricación de la quena.
La gran diferencia que había entre las buenas quenas peruanas y bolivianas con las hechas en Chile era la afinación, sobre todo de la tercera octava. Acá no sabíamos afinar. Todos, sin excepción, tenían el mismo error: Las notas do y la de tercera octava siempre estaban mucho más altas que el resto de notas, y se notaba. Hasta Illapu tenía ese error, que puede verse en el intervalo de si a do en tercera octava en la grabación de Sipassy.
Yo sentí la necesidad de ofrecer una solución a eso antes de ofrecer mis quenas al mundo
Mi valor agregado
Así fue que decidí ponerme a estudiar las razones técnicas de esa diferencia y no tardé mucho en descubrirla. Una vez zanjado ese problema comencé y hasta ahora no he parado, salvo en momentos en que mi salud me ha impedido la regularidad. En aquel entonces, comencé a vender mucho y decidí parar con mi trabajo anterior que era diseño y programación Web parea cambiar totalmente a la actividad de la luthería, y mantenerme exclusivamente de esto. Hoy he retomado paralelamente el diseño y la programación porque es algo que igualmente me apasiona. Pero la quena y la música sigue siendo mi actividad principal y pasión.